lunes, 30 de mayo de 2022

Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal.

 


Nuccio Ordine.

Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal.

Editorial Acantilado. (2017)


    El libro de Nuccio Ordine son dos en uno. Por un lado, la introducción; por otro, el contenido. En la introducción, Ordine hace una defensa encendida, apasionada, de la escuela y la enseñanza de las humanidades. El contenido, es el resultado de un experimento con sus alumnos en la universidad.
    Vayamos por partes. En la introducción, titulada “Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos”, Ordine relata como durante un semestre leyó a sus estudiantes breves citas de obras clásicas con la esperanza de animarles a leer las obras completas. Ordine está convencido de que los clásicos aún pueden responder a nuestras preguntas y ser una valiosa herramienta para adquirir conocimiento y propiciar que nuestros alumnos y alumnas sean ciudadanos libres, cultos y críticos. El problema es el devenir empresarial en el que está sumida la escuela actual. El utilitarismo tan nocivo del “¿para qué sirve esto?”, condiciona negativamente el estudio de las humanidades en general, y nos aboca a perseguir el sueño- imposible- de encontrar un currículum que prepare para mercados aún no inventados. La escuela no podrá nunca cambiar con la misma rapidez con que lo hacen las necesidades y ofertas del mundo laboral. Por eso es inevitable el fracaso de una educación con esa orientación.

    Lo que sí que puede- y debe- asegurar el sistema es profesorado que viva con pasión su disciplina. Ordine insiste en que una escuela es buena cuando tiene buenos profesores, no cuando tiene tabletas en cada pupitre, pizarras digitales, o directivos que funcionan como empresarios. La lástima, nos dice, es que se dediquen recursos ínfimos a la formación de buenos docentes, pero cantidades desorbitadas a recursos digitales y materiales online. Hasta la fecha, no hay estudios concluyentes que demuestren que el gasto en nuevas tecnologías tenga un impacto relevante en los resultados escolares. Lo que si está demostrado es que los resultados sí dependen del estatus socioeconómico de las familias y de la formación de los progenitores. Ordine concluye, por tanto, que “la disponibilidad de prótesis digitales sería entonces el indicio de una condición social, no la razón del éxito escolar”.
    Si hay que mejorar la escuela, invirtamos en la selección y formación del futuro profesorado, rebajemos las ratios docente-alumnos, fomentemos las actividades culturales en los centros por las tardes, liberemos de burocracia al profesorado, démosle tiempo para preparar sus clase, incentivémosle para que mantenga y cultive su afán de aprendizaje, huyamos de las reformas con coste cero, etc.

    Con respecto al uso de internet, Ordine no niega su tremendo valor, pero avisa de que realmente es útil para quien ya sabe, más que para el que no. Disponer de una ingente cantidad de información no significa disponer de conocimiento. Un acceso fácil y rápido es un buen punto de partida, pero hace falta una formación básica para poder transformar esos datos en conocimiento.

    Menciona a Corea, país altamente desarrollado tecnológicamente, como ejemplo de sociedad educativa que está regresando a las disciplinas humanísticas, como fuente excelente de imaginación y creatividad. En el lado opuesto queda, Europa, donde se está acosando, con intención de derribar, a la filosofía, la literatura, las lenguas antiguas, el arte, la música, etc.
    Ordine cree que en nuestro mundo occidental, las evaluaciones educativas- PISA por ejemplo- dejan de lado parámetros esenciales que, desde el punto de vista cívico y ético, son infinitamente más importantes que resolver problemas matemáticos o ser competente en una lengua extranjera: haber aprendido a rechazar el racismo; haber aprendido a ser tolerantes con las diferencias; haber aprendido a respetar, y contrastar, opiniones distintas de las tuyas; haber aprendido el respeto por la justicia y los valores democráticos; haber aprendido que hay derechos inalienables cuya esencia nos hace humanos; etc. Si negamos que esos aprendizajes deben ser objetivos fundamentales de la educación, nos arriesgamos a perder de vista el verdadero valor de la educación.
    Acaba la introducción precisando la necesidad de partir de los clásicos y de otros saberes hoy tildados de inútiles (literatura, música, filosofía, investigación científica base, etc), porque- cita a Giordano Bruno-, “todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error”.
    Tras esta introducción tan intensísima, y si aún nos quedan fuerzas, nos podremos ya adentrar en la selección de fragmentos, muy breves- apenas unas líneas- en su lengua original y a continuación traducidos, seguidos de una también breve reflexión relacionada con ellos. El contenido es, simple y bellamente, solo eso.


José Ignacio

sábado, 5 de marzo de 2022

Detectives de la ESO. Los magos de la tiza: profesores que enseñan divirtiendo.

Alejandro Galán

Editorial La Esfera de los Libros (2022)


Un libro entusiasta.
Y curiosamente, quizás sea más útil para aquellos que llevamos ya un buen número de años en la enseñanza que para los recién llegados, como su autor, Alejandro Galán. Conservamos la motivación intrínseca que aún nos permite disfrutar de nuestro trabajo, pero a menudo echamos de menos esa otra motivación “extrínseca” que nos debería llegar desde fuera: de la propia Administración, de las familias, el reconocimiento a nuestra labor por parte de la sociedad en general, etc.

El autor parte de una premisa esencial: que todos hemos sido alumnos en el pasado, así que los docentes contamos con una ventaja de la que no disfruta casi ningún otro colectivo profesional. Por eso precisamente nuestra obligación es igualar o incluso mejorar todo lo que nos gustaba cuando éramos estudiantes y por otro lado, cambiar todo lo que nos frustraba o disgustaba.

Después da un "repaso"- literal y figuradamente- a algunos de los temas que más le llaman la atención y que critica: no concibe que alguien no recuerde el nombre de todos sus alumnos antes de diciembre; o que haya profesorado que esté deseando que suene el timbre de final de clase incluso antes de que la clase haya comenzado; o los compañeros- que los hay, aunque sean casos muy aislados- que enlazan bajas y reciben el alta justo antes de las vacaciones; o el descrédito con el que a veces se trata las palabras “conocimiento” y “contenidos”; o la obligatoriedad que debería tener el profesorado por actualizarse y seguir aprendiendo día tras día; o el concepto de disciplina mal entendida (cuánto más se gana con una sonrisa…)

Con respecto a las metodologías, reconoce no poder aportar nada al respecto, porque existen muchas y contrastadas. Pero si hace una reflexión que parece especialmente interesante. Dos de los profesores que dejaron una huella más profunda en él fueron profesores cercanos a la edad de jubilación, cuya metodología se basaba en la pizarra, la tiza, el libro de texto y, sobre todo, en la palabra.
Podríamos hablar aquí - y esto es opinión muy personal- del desperdicio que a veces se comete "echando" del sistema al profesorado con mayor experiencia. Se deberían implementar medidas que hicieran atractiva la permanencia, más allá de los 60 años, de profesionales de valía contrastada y experiencia demostrada: reducciones de horario, funciones de acompañamiento y tutorización de recién ingresados, etc. La docencia directa es una labor tremendamente exigente y a partir de cierta edad- usando términos futbolísticos- uno no está para jugar de delantero, y a veces, tampoco para jugar el partido completo. Pero sí para estar en el banquillo, de entrenador, de masajista, de utillero, de suplente para el segundo tiempo, etc….

El segundo capítulo lo titula “Desmontando Mitos”. Entre ellos el mito de que el profesorado trabaja poco o nada. O el de la educación bilingüe, desde su punto de vista incoherente y elitista tal como está planteada (no puedo estar más de acuerdo). O que la educación sigue anclada en el pasado y nada ha cambiado. O todo el follón normativo, cambiante cada dos por tres, pero que al final desemboca en lo mismo, a saber, calificar con una nota numérica comprendida entre el 1 y el 10.

En el siguiente capítulo hace un recorrido por su proyecto “Detectives de la ESO”: un grupo de alumnos dedicado a corregir los errores ortográficos y gramaticales de los personajes públicos en las redes sociales (Twitter e Instagram). Explica cómo lo llevaron a cabo, sus triunfos, sus problemas, su repercusión en los medios de comunicación, etc.

La última parte del libro la dedica a las virtudes de implementar el juego en el aula, algo que él había experimentado como alumno (sobre todo en las asignaturas de Inglés y Educación Física). En este apartado explica con detalle los juegos de simulación y de rol que ha utilizado con su alumnado, y los pone a disposición de quien quiera usarlos en sus aulas. Son juegos empleados en la asignatura de Geografía e Historia, pero bien pueden ser un modelo trasladable a otras asignaturas.

Finaliza el libro aclarando que sólo ha pretendido compartir experiencias y materiales didácticos. Así mismo, aclara que probablemente sus opiniones no cuenten con la aprobación de otros maestros o profesores, pero que su intención es sólo transmitir la visión de un profesor joven, lleno de ilusión y motivación.

Aunque a veces puede parecer un libro demasiado sencillo e incluso simplón, no podemos negar el valor inmenso de su empeño en transmitir la idea de que mejorar la educación de nuestros adolescentes es posible.

Y acaba citando a Bilbo Bolsón, en El Señor de los Anillos:
“Es peligroso, Frodo, cruzar tu puerta. Pones tu pie en el camino, y, si no cuidas tus pasos, nunca sabes a dónde te pueden llevar”. En un aula, sucede exactamente lo mismo.

José Ignacio- Marzo 2022.

viernes, 8 de enero de 2021

La escuela no es un parque de atracciones. Una defensa del conocimiento poderoso. Gregorio Luri.




Un estupendo libro en defensa de lo obvio aunque, como bien dice el autor, ¿qué necesidad hay de defender lo obvio...? Pues por paradójico que parezca, Luri asegura que sí es necesario. 

Ya desde el principio pone en duda alguno de los conceptos básicos y aceptados que manejamos actualmente:  las competencias (en especial "aprender a aprender"), el papel de las nuevas tecnologías, la idea equivocada de que toda innovación es buena per se, el desprestigio de los contenidos frente al “saber hacer”, la función de la  inteligencia emocional en la educación, etc.
Y continúa centrándose en la importancia capital del conocimiento y los contenidos: está muy bien saber cómo hacer las cosas pero para eso son necesarios también conocimientos y, sobre todo, conocimientos de calidad: la mera instrucción no genera pensamiento crítico. 
Se pregunta: ¿hay mayor absurdo que pretender que la escuela forme a los alumnos para la sociedad del conocimiento negándoles la experiencia del conocimiento riguroso? Es sorprendente ver cómo las grandes empresas tecnológicas compiten por acumular conocimiento mientras que la escuela parece que lo desprecia. Además, critica abiertamente la idea de que el conocimiento tenga caducidad. 

Asegura que hay que huir de los esquemas idealizados de una escuela imposible, que es precisamente aquella en la que las autoridades educativas nunca toman en serio la evaluación de sus propias metodologías. Normalmente las promueven sin tener claras cuáles son las evidencias científicas que las soportan y qué finalidades pretenden conseguir y por ello luego es difícil, si no imposible, analizar críticamente sus resultados. Muy pocas veces se ha evaluado qué repercusión tienen las metodologías innovadoras en el capital cognitivo del alumnado.

Otro tema importante en el libro es que, en su opinión, la educación española sobrecarga la dimensión psicológica del alumno y casi deja en el olvido su dimensión política. Se pone énfasis en que el niño construya sus propios conocimientos y se olvida que el niño tiene también el deber de contribuir a la mejora de la cultura colectiva como miembro de la sociedad. En esa misma línea insiste en defender el derecho de las clases más desfavorecidas a tener una educación de calidad al alcance de todos:  el que tiene dinero puede acudir a otros lugares fuera de la escuela para formarse, pero quienes no pueden hacer lo mismo también tienen el derecho a tener excelentes profesores y una escuela que funcione.
 
Con respecto a la tecnología, critica a la llamada generación de “nativos digitales” porque, aunque dedican muchísimo tiempo a aplicaciones triviales, son realmente muy poco hábiles en manejar herramientas informáticas. Normalmente, nuevas tecnologías e innovación son conceptos que van de la mano en la mente de la administración , pero parece demostrado que para que un cambio tecnológico tenga impacto la tecnología no es suficiente sino que necesita detrás un profesor relevante. Y es que la innovación no tiene porqué ser buena por defecto. Y en cuanto a la implantación de innovaciones, hace la siguiente acertadísima reflexión: 
“Cada centro educativo posee una cantidad determinada de energía disponible. Si se quiere implantar un proyecto nuevo, antes de sobrecargar el trabajo colectivo, hay que liberar energía para ponerla a su servicio”.

En cuanto a las competencias, se lamenta de que la escuela asuma que lo importante no es el “saber” sino el “saber hacer”. 

También habla del profesorado: una de las pocas cuestiones que gozan de evidencia empírica es que un aprendizaje de calidad necesita del dominio eficaz de la asignatura por parte del profesor. Y quizás por ello defiende la instrucción explícita, que no magistral. Asegura que la calidad del sistema educativo nunca puede exceder a la calidad de sus docentes

Propone una nueva definición para IVA: “intervención de valor añadido”, que consistiría en detectar qué cambios duraderos se han producido en un alumno tras su paso por la escuela.

Dedica muchísimas páginas a hablar de la obligatoriedad de mejorar la enseñanza de las matemáticas y sobre todo a la importancia de la lectura, hasta el punto de asimilar el concepto de fracaso escolar con el de  fracaso lingüístico: el segundo sería la causa principal del primero.

Explica de manera concisa la fórmula básica del capital humano en la era del capitalismo cognitivo:
Conocimiento (know-what) + ciencia (know-why) + competencia o pericia (know-how) + relaciones sociales y aprendizaje de la experiencia ajena (know-who) + V (valores asociados al aprendizaje)

Y acaba el libro aseverando que es una pérdida de tiempo enfrentar métodos conservadores y métodos progresistas cuando lo que realmente hay que hacer es hablar de métodos buenos y métodos malos. Así de simple y sencillo. O, como decíamos al principio, así de obvio.

José Ignacio








viernes, 21 de febrero de 2020

EDUCANDO CON MAGIA


EDUCANDO CON MAGIA. EL ILUSIONISMO COMO RECURSO EDUCATIVO.
Xuxo Ruiz Domínguez.


EDUCANDO CON MAGIA. EL ILUSIONISMO COMO RECURSO EDUCATIVO.
Xuxo Ruiz Domínguez

El primer capítulo se titula “Por qué utilizar la magia como recurso educativo”. ¿Qué tienen en común magos y docentes? En realidad, más de lo que pudiera parecer a simple vista: el mago tiene que captar la atención de su público y luego transmitirle entusiasmo por su espectáculo. Suena bastante parecido a lo que buscamos los profes en el aula, ¿verdad?

El libro de Xuxio Ruiz- prologado por Juan Tamariz- nos guía en la tarea de incorporar la magia a las clases a través de tres bloques.
En el primer bloque justifica teóricamente cómo y por qué utilizar la magia como recurso didáctico.
El segundo bloque lo dedica a la aplicación práctica, con juegos y trucos que pueden servir para enseñar matemáticas, física, animación a la lectura, etc.. e incluso, si se utiliza el inglés como lengua vehicular- ese ha sido mi caso cuando he puesto en práctica algunos de sus trucos en mis clases- fomentar la creatividad y la expresión lingüística en una lengua extranjera.
El tercer bloque incluye una breve historia de la magia y una amplia bibliografía.

El uso de la magia puede llegar a ser un instrumento motivador no solo para el alumnado, sino también para el profesorado, al proporcionarle herramientas alternativas que, además, consiguen captar la atención sin necesidad de recurrir a móviles u ordenadores. El libro puede ser la entrada a un nuevo mundo de recursos y herramientas, quizás en las antípodas de lo que se fomenta ahora: la innovación basada en las nuevas tecnologías.
Merece la pena probar...

viernes, 18 de octubre de 2019

Devaluación continua, de Andreu Navarra




NAVARRA, Andreu, (2019), Devaluación continua, Tusquets.

Andreu Navarra ha escrito un libro sobre los males que recorren hoy el sistema educativo en la educación secundaria en España. Partiendo de su propia experiencia como docente, nos ofrece una serie de reflexiones sobre el estado de la enseñanza, de la docencia y del aprendizaje en las aulas de los institutos, acompañadas de las opiniones de reconocidos autores en la materia: Enkvist, Marina y Luri, fundamentalmente. De hecho, quizá acuda con demasiada frecuencia a esos autores- hecho por el que él mismo se disculpa en algún momento de su libro-, de manera que a veces uno tiene la sensación de estar leyendo un resumen de la obra de los autores antes mencionados, aderezado con anécdotas normalmente duras, aunque esperanzadoras a veces. 

Es un libro escrito con pasión, desgarrador en ocasiones, en otras intentando no caer en el pesimismo y evitándolo apenas. Hace una defensa numantina del papel que debería otorgarse al profesorado, con quien nunca cuenta el legislador al proponer las reformas incesantes. E insiste en que la mejora del sistema pasará por cambiar las condiciones de trabajo de estos, cuando encuentren el lugar y el tiempo para reunirse, coordinarse, repensar las actividades innovadoras… en lugar de dedicar el tiempo a una burocracia normalmente inoperante e inútil.

Navarra cree que hay varios problemas capitales que influyen en el mal funcionamiento del sistema: el fatalismo social y cultural que se ha trasladado a las aulas; la sensación de vivir en un apocalipsis constante- no hay día en que no se nos asuste con el fin de algo valioso; las reformas pensadas por quienes no han pisado nunca un aula de secundaria; la violencia en los centros educativos, cuya existencia se minimiza erróneamente; etc.

Navarra insiste en la necesidad de que la escuela no sea un reflejo de la sociedad. Quizá Bauman tenía razón cuando creía que la escuela debería ser un archipiélago de pequeños islotes donde poder refugiarse cuando la sociedad navega en un océano de incertidumbres. 

Apuesta por recuperar conceptos que no están de moda: el papel de la memoria, el valor de una clase magistral bien impartida, el autocontrol y la perseverancia, el valor de las normas. Y añade otras soluciones, algunas más afortunadas que otras: volver a la LOECE de 1980, a lo tradicional, pero con los medios y recursos actuales; dar más peso a las humanidades; la creación de “centros de élite intelectual”, de financiación privada pero no segregadores; etc.

Critica de forma feroz el constructivismo, avisa de los problemas para mantener la atención que sufren los jóvenes,  se posiciona en contra de la idea de colocar al estudiante en el centro de todo- en lugar de colocar al experto-, critica la falta de sosiego que impide el desarrollo del pensamiento crítico, así como la aplicación generalizada de un “buenismo” que no arregla nada, o la separación entre competencias y contenidos.

El libro es un recorrido completo por los temas más candentes de la actualidad educativa, por lo que puede ser un buen punto de partida para esa reflexión docente que propone en sus páginas.


viernes, 10 de mayo de 2019

El complejo oficio del profesor.

EL COMPLEJO OFICIO DEL PROFESOR. Consejos para una educación de calidad.
Inger Enkvist


Si deseas leer un libro que vaya contracorriente, este es el título que buscabas. 
Una breve pero intensísima reflexión sobre cómo mejorar la educación de nuestro alumnado. Enkvist señala algunas de las contradicciones con las que se topa el profesorado y critica abiertamente la pedagogía que coloca la adquisición de destrezas por encima de la adquisición de conocimientos.
Tomando como punto de partida el informe McKinsey (How the world’s best-performing school systems come out on top) asegura que la manera más eficaz de mejorar los resultados en el alumnado es mejorando la formación del profesorado. Hay que reclutar a las personas idóneas, pero también hay que instruir a esos profesionales de la manera más adecuada. Propone cambiar el objetivo y no fijarlo tanto en el proceso de aprendizaje como en el proceso de enseñanza. Es decir, colocar al profesorado en el centro, como elemento clave, en contra de las teorías más “modernas” que insisten en situar al alumnado en el lugar nuclear del proceso pedagógico.
El informe insiste en el papel absolutamente esencial del profesorado. La calidad docente la asocia a la capacidad de expresión y comprensión lectora: un uso excelente de la lengua es requisito indispensable para desarrollar una tarea intelectual de calidad.
McKinsey propone como metodología de formación docente los sistemas “bottom-up”, en los que el profesorado aprende de sus colegas más que de agentes externos.
Y, nota curiosa, el informe asegura que todas las reformas exitosas subieron los salarios a los docentes…
Enkvist critica el “constructivismo”, ya que no se puede construir desde cero, sin conocimientos, y también las pedagogías de la “actividad”, que imponen lo práctico y concreto sobre lo abstracto e intelectual.
También critica que la escuela pública haya adoptado tres nuevos roles: el profesorado como trabajador por la igualdad, no como instructor, subestimando la preparación académica del profesorado y centrándolo más en la convivencia y la comunicación que en el aprendizaje; el docente como psicólogo, no como transmisor de conocimientos; y el docente como facilitador en lugar de instructor.
Dedica Enkvist un capítulo de su libro al nivel cultural y el lenguaje que utiliza el profesorado. Cita el conocido experimento de Hart, Risley y Bloom sobre la importancia e influencia del lenguaje de los padres en el desarrollo intelectual de los hijos para concluir que una pedagogía que nos se base en la lectura nunca podrá ayudar al alumnado más en desaventaja.
Según un investigador, cita Enkvist, un buen profesor o profesora toma unas 3000 decisiones no triviales cada día. De ahí la importancia y necesidad de cuidar la forma física y psíquica del profesorado.
Además, alaba la capacidad creativa del profesor que sabe adaptarse a cada grupo de alumnos y alumnas, siempre diferente uno de otro, y que consigue que una lección pueda ser algo memorable para su alumnado. En muchos aspectos, el profesor debe ser un actor que trabaje con precisión, orden, disciplina, concentración, etc y debe ser una persona moralmente íntegra.
Habla de varios temas recurrentes en educación: la atención, premisa indispensable para el aprendizaje; la motivación, que sólo se logra estudiando con atención un tiempo suficiente; las ventajas y desventajas de la comprensividad; la “funcionarización” de la profesión docente, a costa de su “profesionalidad”; la existencia de distintos y excelentes estilos de enseñanza; el grave problema que genera un sistema “inclusivo” sin recursos, etc.
Critica los nuevos mitos: contraponer memoria y comprensión, cuando ambos son una totalidad; creer que la adquisición de conocimientos va en detrimento de la creatividad; que los datos son inútiles ya que están en internet; etc.
Centra su atención en algunos problemas relevantes hoy: cómo competir con las redes sociales; si el alumnado aprende mejor con el uso de las imágenes- ¿no estaremos volviendo a la Edad Media, en la que la imagen sustituía a la palabra para la inmensa mayoría que no sabía leer…?- ; qué hacer con los que no quieren o no pueden adaptarse al ambiente escolar; la tendencia a usar de modo excesivo la evaluación; la dejación de funciones de algunas familias; etc.
Refleja perfectamente la realidad docente cuando explica las circunstancias especiales que caracterizan la profesión:
  • “Simultaneidad, porque el profesorado tiene que seguir lo que sucede en el aula en distintos niveles a la vez.
  • Imprevisibilidad, porque es imposible prever lo que puedan hacer y decir 30 personas diferentes durante casi una hora.
  • Instantaneidad, porque todo es muy rápido y el profesor tendrá que reaccionar.
  • Visibilidad. Todo lo que sucede en el aula es público porque hay “testigos” de lo que se hace y se dice.
  • Contexto del grupo en cuestión. Cada grupo tiene su propia historia.”(p. 78)
El librito concluye con una breve comparativa sobre la autoridad en diferentes culturas pedagógicas: Gran Bretaña, Francia, Japón, China y Estados Unidos.
José Ignacio

ENKVIST, Inger (2016), El complejo oficio del profesor. Consejos para una educación de calidad,  Fineo Editorial. Madrid.

viernes, 19 de abril de 2019

Creer en la educación

VICTORIA CAMPS
Creer en la educación



Resulta descorazonador comprobar cómo un libro de mayo de 2008 plantea los mismos temas de los que hablamos recurrentemente 11 años después. Temas que siguen sin resolver y, mucho nos tememos, seguirán así probablemente durante muchos años más- si es que alguna vez consiguen ser solventados de manera satisfactoria.
Estamos a las puertas de unas elecciones generales, y poco o nada se debate seriamente sobre el estado de la educación. Pero lo que podemos adivinar es que nos enfrentaremos, tras las elecciones, a la enésima reforma educativa que el gobierno entrante impondrá, tras escenificar el consabido simulacro de intento de consenso fallido.
Por eso, y antes de caer en la más absoluta desesperanza, conviene revisitar alguna literatura pedagógica relevante, para no caer en la tentación de la originalidad, porque en realidad, lo esencial está ya dicho y pensado.
Victoria Camps, en su libro Creer en la educación, (2008) nos avisaba de que el auténtico problema estriba en la pérdida de la fe en la educación. Y nos instruye sobre temas que se repiten una y otra vez: el valor del esfuerzo, la gestión de las emociones, los buenos modales y el respeto, la libertad, la finalidad de la educación, etc.
Uno de los problemas fundamentales es que al intentar huir del autoritarismo, la libertad, la independencia y la autonomía han derivado en la “no educación” (p. 32)
Nos avisa que existe un claro menosprecio por los buenos modales y la cortesía. Pero los buenos modales fomentan el autocontrol de la persona, que a su vez significa que será capaz de reprimir la espontaneidad cuando ésta puede incomodar a ofender. Reprimir la espontaneidad puede ser una gran muestra de inteligencia.
Coincide Victoria Camps con Rafael Sánchez Ferlosio en afirmar que la educación tiene un carácter esencialmente gregario, que es el grupo el que educa, el que arrastra con una fuerza imparable. La educación consiste, entonces, en arreglar lo que desarregla el afán identitario de pertenencia. Es decir, hay que ir necesariamente contracorriente.
¿Pero cómo se puede ir contracorriente? Teniendo claro que la formación del carácter de nuestros alumnos corresponde no a la televisión y a las redes sociales sino a los padres y a la escuela. La educación ha de ser compartida, pero diferenciada.
Recuerda también a Erich Fromm al hablar de los deseos siempre insatisfechos de la juventud: lo que desea la mayoría es lo que puede “tener” y no lo que puede “ser”.
Camps afirma que uno de los objetivos de la educación debería ser enseñar a combatir el aburrimiento, es decir, “enseñar a llenar el tiempo con cosas que uno mismo sea capaz de aportar sin necesitar siempre de la ayuda material y personal de otro”. (p. 93)
Crítica cómo se entiende el concepto de “motivar” actualmente: “facilitar el trabajo, reducirlo, condescender a la falta de estímulo y sucumbir a la mediocridad”. (p. 100) Hay que esforzarse por adquirir conocimientos, porque éstos tienen valor en sí mismos, independientemente de aprendizajes cuantificables.
Coincide Victoria Camps con Javier Elzo en que hoy día faltan “valores instrumentales”, sin los cuales es imposible conseguir “valores finales”. La juventud está de acuerdo con valores finalistas como el pacifismo o la ecología, pero carecen de valores instrumentales, como el esfuerzo, la responsabilidad, el compromiso, la participación, el trabajo bien hecho, etcétera, sin los cuales es imposible alcanzar esos valores terminales. Los valores instrumentales coincidirían con lo que Aristóteles y otros filósofos llamaron “virtudes”.
La educación ha de ser cuestión de Estado y no de partidos políticos: cuando cada gobierno se esfuerza en hacer su propia Ley de Educación, lo único que consigue es desanimar a los auténticos educadores, que son los docentes.
Por otro lado, quizá no sea necesaria tanta innovación ni revolución educativa puesto que la educación también debe conservar los valores y las costumbres que no querríamos que desaparecieran, como dice Camps, citando a Hannah Arendt. (p. 121)
La realidad actual obliga a enseñar de manera diferente a como se enseñaba antes, y es posible que las reglas y las normas deban transformarse. Pero Camps advierte que no pueden desaparecer todos los límites porque sin límites, la libertad es desconcierto.
Curiosamente, Victoria Camps anticipó con clarividencia uno de los problemas con los que tenemos que luchar los docentes en la actualidad, y es que nuestros alumnos han sustituido el verbo “estudiar” por el de “buscar información” (p. 138).
Cree que uno de los valores más ignorados es el del “respeto”, un concepto que va más allá de la mera tolerancia, y que probablemente sigue siendo ignorado en la actualidad.
Crítica Camps una teoría de la educación igualitaria que permite una enseñanza más diversificada sólo cuando el estudiante ya ha fracasado estrepitosamente en la educación secundaria. Plantea que quizá fuera más provechosa una educación profesional más temprana.
No ve claro Camps el culto desmedido a la inteligencia emocional que comenzó hace unos años. Llevado a su extremos, el culto a la emoción dirige hacia el individualismo y la veneración del yo. Sin embargo, uno de los objetivos de la educación ha de ser aprender a controlar las emociones.
Crítica también la obsesión enfermiza por una igualdad mal entendida que muchas veces se convierte en igualdad a la baja, en igualdad de la mediocridad. La diferencia no tiene por qué ser discriminatoria.
A modo de conclusión, bien puede servir esta breve frase, parca en palabras pero llena de significado: “Dar buen ejemplo y dedicar tiempo a la educación son las dos únicas recetas a mi parecer imprescindibles para afrontar una educación responsable” (p. 192)
José Ignacio

Camps, Victoria, (2011), Creer en la educación, Grup 62, Barcelona.