jueves, 22 de diciembre de 2016

ENSEÑAR A VIVIR. MANIFIESTO PARA CAMBIAR LA EDUCACIÓN, de Edgar Morin

MORIN, E. (2016). Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Barcelona. Paidós.

          Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación, de Edgar Morin, es un libro breve pero intenso, fácil de leer pero profundo, un libro que no deja indiferente y que orienta el camino hacia donde debería enfocarse el debate sobre el futuro de la educación.
Filósofo y sociólogo francés, cercano ya a los 100 años de edad,  Morin analiza con lucidez el principal problema de la educación actual. No se trata de discutir si ésta o la otra asignatura deben estar presentes en el currículum, o si es mejor evaluar con estándares o por competencias. Se trata de conseguir que la educación sea una escuela de vida. Y para eso, más que una reforma, Morin nos propone ir un paso más allá y conseguir no sólo una revolución, sino  una metamorfosis.
       Morin sabe que es necesario enseñar y aprender matemáticas, o filosofía, o ciencias, o aprender saberes técnicos. Pero aún es más importante lo siguente:
  •          enseñar a que los hombres y mujeres del mañana sea capaces de afrontar los problemas fundamentales y globales del individuo, del ciudadano, del ser humano.
  •        penetrar en la naturaleza del conocimiento, para ser capaces de traducir la realidad sin equivocarnos, sabiendo que toda verdad total es un error total.
  •    afrontar la incertidumbre continua en la que estamos (“aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”) (p. 47), sabiendo que no se la puede derrotar, pero que sí podemos negociar con ella.
  •           comprender al prójimo y ser comprendidos; comprenderse a uno mismo, por tanto.
  •      ser conscientes de que el individualismo que se impone tiene un lado positivo: libertad, autonomía, responsabilidad; pero también uno muy negativo: egoísmo, atomización, soledad, angustia, insolidaridad.
  •      Desarrollar una sabiduría basada en la serenidad y la intensidad, en la comprensión de que la vida personal es también una aventura social y por ello, una aventura de la humanidad.
  •           Estimular la autonomía y la libertad mental.

      La crisis de la enseñanza, nos dice Morin, es inseparable de la crisis de la cultura. Y por ello la educación no debería plegarse- por muy intensa que sea la presión que ejerce la economía liberal, los medios de comunicación e Internet- a los imperativos tecnocráticos que reducen cada vez más la parte de las humanidades.
     La educación para la comprensión está siempre ausente del sistema educativo. Aclara Morin que comprender no es entenderlo todo, y que si así lo aceptamos, nos encaminaremos finalmente a la aptitud del perdón y la magnanimidad. Conseguiremos entonces sustituir la violencia por el diálogo.
      Y para ello pide al profesorado estar en posesión de una virtud específica: la benevolencia. Benevolencia y bondad deberían constituir las virtudes supremas del maestro. El problema, añade, es que el profesorado, y especialmente el de secundaria, está desmoralizado, lo que le aboca, si no se tienen cuidado, a la resignación y la funcionarización. Además, los docentes deben luchar contra el gigantesco sistema de evaluaciones cuantitativas (PISA, por ejemplo), que impone el cálculo a cualquier otra consideración: lo cualitativo es sustituido por lo cuantitativo.
      Otro grave problema que Morin plantea es la excesiva fragmentación de los saberes, que impiden que el alumnado establezca una correcta relación entre las partes y el todo, entre lo particular y lo global. Es precisamente la contextualización y la globalización lo que pueden hacer que el conocimiento sea pertinente.
     La reforma debe empezar por la enseñanza primaria y por la educación de los educadores. La primera etapa debería centrarse en descubrir en el ser humano su triple naturaleza: biológica, psicológica y socio-histórica. La educación secundaria debería ser la que uniese la cultura científica y la humanística. Y la universidad, paradójicamente, debería tanto adaptarse a la modernidad como hacer que la modernidad se adapte a ella.
    La enseñanza, concluye, debe conducir a una “antropoética” cuyas fuentes son la solidaridad y la responsabilidad. Éstas se aprenden no con lecciones morales sino a partir de la conciencia de que el ser humano es a la vez individuo, parte de la sociedad y parte de una especie.
    Acaba su obra con una pequeña reflexión: “Todo lo que no se regenera, degenera”. Es preciso revolucionar el sistema educativo; o mejor aún, hay que conseguir su metamorfosis.




José Ignacio

miércoles, 21 de diciembre de 2016

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL, de Nuccio Ordine


ORDINE, N. (2013) La utilidad de lo inútil. Barcelona. Acantilado



     Un llamativo título que invita sin más a ojear, con “hache” y sin ella, sus páginas buscando comprobar si el título es reversible o no. ¿Es lo mismo  “la utilidad de lo inútil” que la “inutilidad de lo útil”?
       Lo mejor que podría decirse de este libro sería, paradójicamente: “¡Qué inutilidad de libro!”.  Si “lo hermoso es batirse por nada”, qué mayor hermosura que buscar el conocimiento porque sí, por placer. Sin más. Ya dijo Skinner en Walden 2 que “la educación tiene valor en sí misma o no tiene ningún valor”.
     Añade Ordine que el conocimiento es además una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse. Todo, o casi todo, puede comprarse excepto el conocimiento. Nadie puede aprender por nosotros. Ni por nuestros alumnos y alumnas. Sólo podemos intentar transmitirles la necesidad  de saber. Cómo conseguirlo es el dilema y el origen de la sensación de fracaso que a menudo asalta a los docentes cuando llega el final de curso.
      ¿Hemos intentado convencer a nuestros alumnos de que lo superfluo (según su criterio), por inútil, es precisamente lo necesario?  Podemos contarles como la barbarie siempre se ceba en las cosas “inútiles” (bibliotecas, monumentos, etc). Podemos leerles el ensayo de Flexner que figura como apéndice final al librito. Podemos contarles el episodio que relata Ordine sobre Sócrates, del que cuenta como intenta aprender a tocar la flauta aún a sabiendas de que está a punto de morir. O relatarles la otra anécdota sobre Euclides, en la que el matemático, a la pregunta de un alumno,  “¿qué ganancia obtengo con aprender el primer teorema?”, ordena a un esclavo dar una moneda a su alumno ya que se ve que éste “necesita sacar algún beneficio de lo que aprende”.
      El librito es en algunos momentos un libro de citas, hermosas la mayoría de ellas, y llenas de sentido y posibilidades todas. El manifiesto acaba con un párrafo que hay que citar obligatoriamente: “la pretendida inutilidad de los clásicos puede revelarse, por el contrario, como un utilísimo instrumento para recordarnos- a nosotros y a las futuras generaciones, a todos los seres humanos abiertos a dejarse entusiasmar- que la posesión y el beneficio matan, mientras que la búsqueda, desligada de cualquier utilitarismo, puede hacer a la humanidad más libre, más tolerante y más humana”.
      Inutilidad y utilidad, dos caras de una misma moneda. La una necesitada de la otra para poder existir.
José Ignacio

domingo, 18 de diciembre de 2016

LOS RETOS DE LA EDUCACIÓN EN LA MODERNIDAD LÍQUIDA, de Zygmunt Bauman




                                      Resultado de imagen de los retos de la educacion en la modernidad liquida bauman

BAUMAN, Z. (2007) Los retos de la educación en la modernidad líquida. Barcelona. Gedisa


Bauman describe con precisión las características líquidas de la sociedad postmoderna, un tipo de sociedad que él dibuja pero no defiende y que plantea un reto inaudito para la escuela del siglo XXI. La falta de solidez hace que el “compromiso” o la “lealtad” ya no se estilen. La solidez de cualquier cosa se percibe como una amenaza y la capacidad de durar mucho tiempo ya no juega a favor de ningún producto (ni siquiera del conocimiento).
La relevancia de lo enseñado a los alumnos y alumnas queda en entredicho y, más aún, resulta prácticamente imposible saber qué es lo que será útil saber en un futuro (incluso por cercano que éste sea). La educación tal como la entendemos hasta ahora queda desacreditada a los ojos de los más jóvenes y para los educadores supone un excesivo desgaste. La educación “sólida” es sustituida por la educación a lo largo de la vida. Hay tareas (escribir, leer, documentarse, ¿pensar?, …) que se han vuelto desagradables puesto que consumen tiempo.
El tiempo, antiguo valor, es ahora un fastidio: su paso trae consigo pérdidas, no ganancias y por eso hay que estirarlo hasta hacerlo parecer eterno.
Bauman cree que la educación se enfrenta a tres retos fundamentales:

1- Primer reto: El conocimiento se ha convertido en una mercancía, y como tal, se desgasta rápidamente. ¿Por qué iba a ser el conocimiento una excepción? La idea de la educación como valor a conservar y proteger está totalmente devaluada. (pág. 30)

2- Segundo reto: La naturaleza errática e imprevisible del cambio contemporáneo. “El mundo, tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que para aprender (…) El aprendizaje está condenado a ser una búsqueda interminable de objetos siempre esquivos.” (p.33) En estas circunstancias, ¿cómo podemos prever lo que necesitarán saber nuestros jóvenes en el futuro?

3- Tercer reto: La memoria era un valor. Hoy parece inútil. La educación se modeló a la medida de un mundo duradero que aspiraba a hacerse aún más duradero. Actualmente resulta imposible conservar en la memoria la ingente información disponible y de hecho, la información misma ha llegado a ser el principal sitio de lo desconocido: “todo está aquí, accesible y al alcance de la mano y, sin embargo, insolente y enloquecedoramente distante” (p.44).

Junto a estos retos, Bauman critica en su libro Vida Líquida el enfoque que los organismos internacionales dan a la finalidad de la educación: ajustar los sistemas educativos a las exigencias de la economía, no al desarrollo humano.
Bauman concluye Los retos de la educación en la modernidad líquida indicando dos caminos para preservar el valor de la educación:
- aprender a asignar relevancia a las porciones de conocimiento necesarias en cada momento;
- y preparar a los jóvenes para vivir en un mundo sobresaturado de información.

Cómo hacerlo es el debate que nos debería ocupar a los profesionales de la enseñanza en estos momentos.

José Ignacio